El hombre se rasca una
pústula con vehemencia mientras observa al grupo caminar
ordenadamente hacia el barco. Sabe que es bueno. Muy bueno. Eso aleja
a este último grupo de “curiosos” de sus tierras. Pero sabe que
hay dos cosas malas en todo esto. Muy malas, según su visión del
mundo. El barco irá, cómo no, a la zona de demonios. Tanto él como
su gente sabe, porque llevan mucho tiempo observando, que cuando los
“curiosos” y los “demonios” comienzan a colaborar, las filas
de estos últimos crecen. Y eso es malo para su gente. Y eso es malo
para La Isla, lo que es aún peor.
También se da cuenta de
que muchos se han quedado atrás, en la casa de piedra. Incluso los
“niños sabios” se han quedado con ellos. El hombre sabe que eso
también es malo, que los “curiosos” suelen comportarse de manera
peligrosa y prepotente. Que no hay mucha diferencia entre ellos y los
demonios. Al fin y al cabo los dos grupos se creen los dueños de La
Isla. De Su Isla. Al menos los curiosos tardan un poco más en
sentirse legítimos propietarios, pero tarde o temprano lo hacen.
Crean territorios, crean zonas, ponen vallas, delimitan la isla para
sentirse en casa. Pero no es su tierra. No es su casa. Pronto olvidan
que pertenecen a otro lugar. Los otros, los “demonios”, llevan
muchos inviernos sintiéndose los dueños de todo cuanto ven. Y él,
y su gente, los dejan seguir pensándolo, claro. Aún no ha llegado
el momento de sacarlos de su error. Porque andan distraídos con sus
rencillas territoriales y sus absurdos experimentos y, por mucho mal
que puedan hacer a La Isla, a Su Isla, siempre se han mantenido al
margen de lo auténticamente importante. Quizá porque no son capaces
de comprenderlo. Quizá porque no se han dado cuenta aún. Pero él
sabe que es cuestión de tiempo. Sólo cuestión de tiempo.
El hombre ve como los
últimos rezagados suben al barco de los “demonios”, con cierta
reticencia, con cierto temor, pero confiados al fin y al cabo. Ve
como se despiden con la mano, temerosos quizá de no volver a verlos,
de los que se han quedado en tierra. Ve a los niños, a los tullidos,
a los ancianos, a los animales... Y siente que aún no es el momento.
Con un gesto de la mano
se vuelve hacia la selva vacía. Y decenas de hombres aparecen de
pronto. Hombres, mujeres, niños, la mayor parte de ellos con
similares pústulas y malformaciones a lo largo de toda su piel
visible. Hombres, mujeres y niños fuertemente armados, vestidos con
pieles y harapos. Un espectador casual instruido en la historia,
podría fijarse en ellos y etiquetarlos con la sencilla etiqueta de
“primitivos”. Así de simple es el ser humano. Sus etiquetas
suelen dejar al margen los matices más interesantes de lo que ven.
La decena de hombres, que
aparecen de entre la maleza como si hubieran sido uno con ella hasta
hacía unos segundos (perfectamente camuflados con el entorno), se
convierte pronto en decenas. Y en unos segundos son cientos. Un
auténtico ejército de rostros torcidos y demacrados por tal vez
docenas de enfermedades cutáneas.
El hombre los mira y hace
otro gesto con las manos. Ese espectador casual, hipotético
espectador casual, entendería perfectamente que el gesto significa:
“aún no es el momento, volvemos a casa”.
Y el ejército obedece.
2 comentarios:
OFF: (Miiiiiii!!!!!) O_O :_) Me encanta (pero mucho) el caríz que está tomando esto, así que somos unos mierdecillas que se creen que saben algo, eh? Exacto. Así es en realidad nuestra existencia y ahora lo veremos aquí, Buenas tardes Isla. :_
(TAMER)
Y la isla sigue igual: enigmática, malvada, cruel y dura.
Maldita sea, me gusta. Ya da igual. ¿Quién quiere el mundo exterior, con su falsedad, su intransigencia y su estupidez?
Mejor aquí que en cualquiera de los infiernos en que ya he estado y que poco a poco, mitigan mis pesadillas.
OFF: Impaciente por comenzar. :) Saludos Master!!
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