jueves, 25 de octubre de 2007

lecciones de urbanidad

-Buenas noches, ¿qué tal?- digo yo al cliente recién llegado.


-Legendario- se limita a contestar el susodicho.




Legendario.




Gran enigma se plantea ante mí en ese momento. Gran enigma.




-¿Quiere usted tomar un Legendario o a la pregunta "qué tal (está)" su respuesta es "legendario"?- pregunto para salir de dudas no sin cierta ironía.




Él se lo piensa un segundo. No me entiende.




-¿Perdón?


-No, nada. Que yo le he saludado y le he preguntado ¿qué tal?, a lo que usted a respondido "Legendario". Me pregunto si es que usted se siente legendario hoy, algo así como sentirse divino o sentirse Flex o, simplemente, quiere usted un ron Legendario y ha obviado mi pregunta.




Cliente perplejo, algo cortado.




-Perdona... sí, este... ¿qué tal?... mmm... me pones un Legendario con cocacola, ¿por favor?




-risilla sardónica-




-Por supuesto.






Un día de estos me matan.

miércoles, 17 de octubre de 2007

morir todavía



Acabo de acabar de leer un libro. Sí, señor, es que siempre tuve un alma rebelde y, aunque también me entrego a las mieles de deuvedeces y plaiesteichons (y demás vicios alienantes), me quedo más a gusto que un arbusto y más feliz que una perdiz con un buen libro, de esos que se leen y no se oyen o, si se oyen, es por puro arte de la imaginación del lector y no porque se haya editado en el horrible arte del audiolibro para idiotos. Decía que me acabo de acabar un libro. Más que leer lo he engullido porque lo mio no es leer, lo mio es una carrera de fondo con el códice en cuestión. En esta ocasión se trataba de "Las intermitencias de la muerte", de esa gran escritora Sara Mago. -inserte aquí una risotada- Pues, qué les voy a contar del fabulosamente fabuloso compendio de virtudes y brotes de genialidad surrealista que es el susodicho libraco.

"Al día siguiente no murió nadie". Así comienza esta maravilla que bien podría acabar tal como empieza y, cierto es, al día siguiente no estiró la pata ni un individuo en todo un país. El hecho en sí ya es suficiente material como para escribir una enciclopedia por tratarse de un caso único e insólito, pero no, el laureado Saramago da vueltas de tuerca donde el tornillo casi se desprende, fustigado por las hercúleas tenazas que lo aprietan, exprimiendo una sagrada ambrosía de literatura pura.

Un libro sobre la muerte y sus caprichos; sobre la humanidad de la deshumanizada dama de la guadaña y sobre el todo y la nada del mundo.
No entraré en una sinopsis más exhaustiva porque ni es necesaria ni sería capaz de hacerlo sin contar más de la cuenta. Solo recomendarles encarecidamente su pronto disfrute. No les defraudaré/á.
PD: "Lee burro, lee burro, aunque no tenga dibujos, ni resultados del fumbol, y no sirva para hacerse pajas. Lee burro, lee burro, lee!" Mamá Ladilla dixit.

lunes, 15 de octubre de 2007

el gato que está triste y azul



Había una vez un tal Schrödinger. Un tipo que se había llevado años hincando codos y que un día desarrolló una teoría que le hizo mundialmente famoso (al menos en su casa le conocían). Pasó de ser Schrödinger a "el loco de los gatos". El tipo formuló la denominada "teoría del gato de Schrödinger" que viene a decir algo parecido a lo siguiente:
"Si encierras a un gato en una caja opaca con una botella de gas venenoso, una partícula atómica indecisa (por eso de que tiene un 50 por ciento de posibilidades de desintegrarse) y un ingenio artilugio que, en caso de que la susodicha partícula atómica se decante por la opción de desintegrarse, active la botella de gas dejando salir el mismo y envenenando mortalmente al pobre minino. "



Pues vaya tontería, pensará, no sin cierta razón, alguno de ustedes. La cosa no acaba ahí, no obstante, y si bien el tal Schrödinger ya podía haber pasado a la historia del frikismo por dedicar su tiempo a imaginar semejante situación de delirio in extremis, aún el buen hombre tuvo a bien concluir de la siguiente manera:

"Para más INRI resulta que al depender la muerte (o no) del felino del estado final de un único átomo cuyas leyes se rigen por la mecánica cuántica, tanto el desdichado animal como la indecisa partícula forman parte de un universo sometido a las leyes de la misma. Así pues, al realizar el experimento y siendo imposible asomarse para mirar a ver qué ha pasado, aporrear la caja a ver si el gato maúlla, hacer un agujerito con un compás y mirar pa adentro o pasar la opaca caja por un visor de rayos x como los de los aeropueros, debemos concluir, cuánticamente hablando, que, mientras la caja no sea abierta para comprobar el estado del gato (y aquí viene la gran paranoia de Schrödinger ), dentro del receptáculo habrá dos felinos, uno muerto y uno vivo, siendo el hecho de abrir la caja por parte del experimentador la situación que aclare esta disyuntiva cuántica matertializando una de las dos posibilidades."

Muy bien, señor Schrödinger, se ha lucido usted con su teoría. Por lo que entiendo, yo, que no soy muy lego en cuestiones cuánticas, el estudioso se refiere, claro está, a que las dos posibilidades (óbito gatuno o goce feliz de su vida) están sucediendo al unísono, solapando la una a la otra, en nuestra incertidumbre científica. Hombre, sí, eso es verdad, pero de ahí a que dentro de la caja haya dos gaticos, por mucha física y mucha cuántica que usted le eche pues como que no.

Muchos cientificos y demás cabezas pensantes han hablado mucho y muy alto sobre esta teoría que, todavía hoy es fruto de intelectuales debates. El mismo Stephen Hawking, a quien algún listillo le preguntó en plan "ey, a qué esta no te la sabes", dijo que "cada vez que oigo hablar del puñetero gato me dan ganas de sacar la pistola y...". Claro que lo de "puñetero" no lo dijo él, no con esas palabras, entre otras cosas porque el teclado ese que usa para hablar no dispone de letra "ñ".

Aquí en El Mal Karma hemos recogido la opinión de otro cientifico, algo más absolutamente anónimo, al que por motivos de anonimato llamaremos I.R.R.A.:

"Hombre, fisicacuánticamente hablando, esto del gato es un poblemón. Yo tengo una teoría propia sobre esto y es... si se llegase a probar la teoria del gato y diese como resultado que el gato había estirado victima del gas venenoso ese bien, pero si sale vivo... ¿cómo sabremos que en realidad no murió pero aún le quedaban intactas algunas de sus consabidas siete vidas?. Añadiría por tanto a la famosa teoría el cololario: al gato en cuestión hay que aplicarle el experimento de marras al menos siete veces, gañanazos ."



Dicho esto solo queda saber la opinión de ustedes, queridos no lectores, que, como no victimas de este universo cuántico, no tienen más que dos opciones, solapadas o no, contestar a este artículo ... o no.

jueves, 11 de octubre de 2007

oído al parche

Un australiano se injerta una oreja en el brazo, como el que se muda de calzoncillos o se cambia el peinado. Una oreja en el brazo. Para oír mejor las baladas de Sting quizá, votado por cierta revista el peor letrista del mundo. No se si el peor o no, la verdad, porque es que yo las letras en anglosajón no las entiendo, mire usted, manías que tengo de no escuchar música (ni mucho menos componerla) en un idioma distinto al que uso para pensar. Esa manía, sí obstante, le habría venido bien al señor Don Mariano Rajoy, que debía estar pensando en hebreo clásico cuando decidió grabarse el video patriótico de marras. Y no lo digo por el video en sí sino por el revuelo que ha armado el susodicho material audiovisual. Por lo visto se lo grabó con su propia cámara, así, sin ayuda ni nada, él solito. Lo que no sé, la verdad no lo sé, es como no le dio por colgarlo en el youtube. Con esto de la automatización de las herramientas de internet ya cada uno puede ser un Don Palomo cibernáutico y colgarse sus videos, sus fotos, sus historias y sus videos desde su pc (puñetero cacharro) con lo que actualmente conocemos como "una interfaz muy intuitiva". Así, el video del Rajoy seguro que habría tenido alguna visitilla que otra en el portal ese de youtube. O se lo habrían retirado, mire usted, por eso de que ahora retiran los videos que hacen apología de la violencia injustificada en las aulas o insultan públicamente a los discapacitados mentales. Aunque no dice nada la prensa de si esto es aplicable a los retrasados (con perdón de los retrasados) que se dejan en ridículo así mismos haciéndose videos con la banderola detrás. Una oreja me voy a injertar yo en sendas posaderas, oiga, para ver si oigo cosas más interesantes que las anteriormente citadas. O al menos más sinceras.

miércoles, 10 de octubre de 2007

tan temprano

Nube de prisas, politonos, sueño,
Acróbatas, mimos, venta ambulante,
Enanos sobre hombros de gigantes,
Ladrones de Bagdad, perros sin dueño,

Labios en ámbar, silicona, estatuas
De burros a caballo en retirada,
Marcapasos, posabesos, redadas,
Postales, barricadas de paraguas,

Niños que lloran en mezzosoprano,
Muertos que viven en cinemascope,
Paladines, maniquíes, salidos,

Sacerdotes, locos, Venus de a kilo,
Taxistas que conversan con la COPE,
Poeta encabronado tan temprano.

lunes, 8 de octubre de 2007

actos inexplicables

El sol se cierne sobre las áridas lomas de arena quemada que rodean Útero. Nadie esperaría encontrar sombra en sus calles ni en el desierto que la rodeaba por todas partes. Nadie habría sobrevivido nunca al desierto. Tan solo poner un pie en su arena podrida y habrían muerto de sed y calor. Solo un paso. Una bota sobre el suelo movedizo y ¡zas!... la muerte del incauto. Repentina y vil.

Pero Él venía del desierto. Las mujeres y los niños, situados en el extremo de la ciudad más cercana al mar de arena, junto al pozo y la iglesia, miraban atónitos la sombra del vaquero proyectada contra el sol.

Él vestía de negro. Era el único color que era capaz de apreciar aparte del blanco y el gris. Solo vestía de negro y ése y el marrón del polvo y la arena que le cubrían eran las unicos tonos diferenciables en su ropa.

Sus dos pistolas tintineaban junto a sus caderas, reluciendo. La calavera plateada de la hevilla de su cinturón mandaba guiños a los ciudadanos que le observaban llegar. La katana se movía en su espalda al paso cansado de su caballo, Górgona, también negro. En sus ojos relucía la muerte, la arena y el silencio que le había acompañado en los tres días que había pasado recorriendo el desierto.

Escupió a un lado y se detuvo frente a la entrada de Útero, junto a La Loma Lengua.

Fue solo un segundo, pero todos vieron que su sonrisa, bajo la sombra del ala de su sombrero, era roja como la sangre roja. Y a la vez blanca, como la hoja de su katana al surcar el viento.



-Hemos llegado, Górgona- dijo.



Y el caballo relinchó sobrecogiendo a todos los ciudadanos.




domingo, 7 de octubre de 2007

el café de Nicanor

-Un fanta- dice el cliente.

Es un tipo de unos veinticinco años, con alguna huella de un acné tardío y una sonrisa un tanto estúpida. Yo, perplejo, me quedo esperando mirándole fijamente a los ojos. Probablemente el tipo no tiene ni idea de por qué le miro. Probablemente lleva aprendido el magnánimo discurso desde que entró en el bar, temeroso de que el barman (ese ser, horrible mitad deidad enigmática mitad malabarista experto en exóticos nombres de cocteles) le dirijiese la palabra para algo más que para decirle cuánto le debía.

-Un fanta- debió repetirse unas siete u ocho veces antes de decidirse a acercarse a pedir.
-Un fanta, pidelo así. Solo dí "un fanta" y huye antes de que cruce más de dos palabras contigo.

Y en aquélla ensoñación debía permanecer mientras yo le miraba fijamente, sin reaccionar, sin responder a su discurso aprendido.

El nerviosismo comenzó a aflorar en su cara. Una idea le salía desde dentro de su estúpida alma como un tartajoso que ha tardado 1 minuto y medio en dar la dirección de su casa en una emergencia doméstica mientras la operadora del 112 espera impaciente. Sintiéndose aún más estupido de lo que de por sí es pensando que quizá se ha equivocado y ha dicho "fantasma" en lugar de fanta, o le huele mal el aliento... o tiene algo en los ojos... una legaña fortuíta que atrae sobremanera la atención del camarero, que permanece inpertérrito e imperturbable.

-¿qué?- logra decir por fín

Le miro ampliamente, dudando de si en verdad no sabe por qué no he obedecido directamente a su mandato y me he quedado mirándole o se está quedando conmigo. ¿Puede un ser humano no ser consciente de semejante obviedad? ¿Soy yo quizá un pedante inmisericorde que espera a la mínima de cambio para hacer sufrir al cliente y así, de paso, cumplir con las aterradas espéctativas de los, como en el caso de éste, clientes más introvertidos?

-Un fanta- vuelve a decirme, casi ansioso.

Parece a punto de golpearme con lo primero que pille y echar a correr lejos de mi mirada implacable de demonio-camarero.

-¿De naranja o de limón? -digo al fín saliendo de mi propio "enmimismamiento".

Él arquea las cejas incrédulo. No sabe dónde meterse. Parece desorientado pero, afortunadamente, aliviado.

-De naranja- dice con ahínco, como si mi pregunta hubiera sido la mas obvia que hubiera oído en su vida.

-¿De qué va a ser?- seguro que está pensando- Si fuera de limón habría pedido una fanta de limón.

Me quedo absorto un segundo, o quizá dos, intuyendo que, en parte, sí que era obvia la pregunta, al menos desde un punto de vista inconsciente.